El corazón de las pinturas
Desde las primeras pinturas rupestres hasta el último dibujo de nuestra libreta: el ser humano presenta una gran fijación por expresarse mediante los colores.
Negros, rojos, amarillos, ocres… Los primeros pigmentos que se empleaban en la prehistoria eran de procedencia vegetal. Hagamos un pequeño viaje por nuestra caja de acuarelas para conocer el origen de los pigmentos: el corazón de las pinturas.
AMARILLOS: el de los plátanos, limones y girasoles
Existe una historia transmitida por fuentes europeas sobre el amarillo indio. Según cuentan, este pigmento llegó de las manos de unos camellos a los que se les daba una dieta exclusiva de mangos y muy poca agua. Con la orina de los pobres camellos se conseguía una sustancia de color amarillo intenso llamada “purree”. Se dice que a principios del siglo XX se prohibió este método por su brutalidad con los animales, pero otros aseguran que los camellos fueron añadidos a la historia para hacerla más interesante y volver el pigmento más valioso.
Durante siglos, los pigmentos amarillos se han hecho con arsénico tóxico, cadmio, cromo o también con tintes alternativos como el azafrán. El amarillo era muy caro debido a que es muy sensible a impurezas. En China solo el emperador y los mandatarios religiosos podían llevas ropas de ese color. Sin embargo, en la época medieval obtuvo connotaciones negativas ya que las banderas amarillas significaban que la peste se había extendido en ese lugar.
NARANJAS: el de las zanahorias, calabazas y mandarinas
Su descubrimiento se remonta al siglo I durante un incendio en el puerto de Atenas. Según cuentan, ardieron barriles de un pigmento blanco plomo y, una vez apagado el fuego, hallaron que había adquirido un color naranja rojizo. En el siglo XX se descubrió que este pigmento, llamado “rojo de plomo”, era tóxico. Fue entonces cuando pasó a extraerse del cártamo o de la resina de drago.
Se empleaba para pintar paredes, iluminar libros y como maquillaje para las mujeres y gladiadores. No se sabe si su nombre se denominó por la fruta o viceversa. También se cree que puede deberse a las canteras de ocres de Roussillon, cerca de la ciudad francesa Orange. El naranja se consideraba un “amarillo rojizo” hasta que se popularizó con Vincent Van Gogh y Edward Much, obteniendo así su independencia como color.
ROJOS: el de las fresas, rosas y cerezas
Durante miles de años el rojo se obtuvo de la cochinilla. Para 100 gramos de color se necesitaban unas 14.000 cochinillas. Otra forma de obtener el color rojo fue de las raíces de una planta conocida como “Rubia”. Los rojos terrosos se conseguían mediante la extracción de tierras ricas en óxido de hierro, también llamado “hemanita”, pudiendo ser quemada para obtener variaciones del color.
PÚRPURA: el de las flores silvestres, mariposas y togas de los romanos.
Para obtener el pigmento púrpura, antiguamente se utilizaban secreciones de un caracol de mar. Había que sacrificar 100.000 caracoles de mar para 100 gramos de color. Las telas teñidas de púrpura eran extremadamente caras y adquirieron un valor simbólico de nobleza.
AZULES: el del mar, el cielo y los arándanos.
Antiguamente el pigmento más caro era el azul puro. Existían dos formas de obtener el color: mezclar hojas de la planta de añil con orina y fermentar la mezcla, o moler una piedra preciosa llamada lapislázuli que solo se encontraba en Afganistán. Una era extremadamente pestilente y la otra carísima. A partir de la Edad Media el índigo de la India comenzó a sustituir el añil tradicional de Europa central.
VERDES: el de las plantas, el kiwi y el aguacate.
Color sagrado en muchas culturas asociado a la naturaleza, pero también al veneno. La relación con el veneno se remonta a cuando los pigmentos verdes se fabricaban con óxidos de metal, como cobre disuelto en arsénico. En aquel entonces, ponerse el pincel en la boca podía costarles la vida a los pintores. Incluso, existen teorías especuladoras de que fue el pigmento verde de las paredes de la habitación de Napoleón lo que acabó con su vida.
Información extraída del libro: “Acuarelas para urban sketchers” de Felix Scheinberger
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