EVO 01: ¿Por qué cerramos las puertas?

Entender nuestras cerraduras podría ayudarnos a comprender en qué tipo de sociedad vivimos. *Este es el primer capítulo de una nueva sección que publicaremos los domingos: Evolución de un producto.

Son las 8:00 de la mañana y estás a cinco minutos del trabajo. De repente te invade la sensación escalofriante de haber dejado abierta la puerta de casa. Probablemente hayas pasado más de una vez por una situación parecida a esta y puedas recordar con claridad ese desagradable sentimiento.

El sudor frío que te recorre la espalda no es más que el resultado de una inseguridad que echó raíces en nuestra civilización hace miles de años. La necesidad de protegerse es innata al ser humano, es decir, que de alguna forma, está escrita en nuestros genes. Tras la aparición de la propiedad privada, la seguridad ya no pudo alcanzarse únicamente defendiéndose de depredadores y otros peligros de la naturaleza, sino que, además, cada individuo tuvo que asegurar sus pertenencias.

Ya en tiempos remotos, cerramos las entradas de las cavernas con piedras gigantescas. Este gesto no fue más que el comienzo de una larga batalla entre un cada vez más sofisticado mecanismo que terminará denominándose cerradura y todo aquél que tenga la intención de perturbar el pequeño mundo en el que todas las cosas empiezan por “mi”.

La precursora de la cerradura moderna consistía en un pasador horizontal de madera con una serie de orificios pasantes. Los pistones, unos cilindros metálicos unidos a la puerta, se deslizaban en el interior de los orificios por su propio peso. Para desbloquear este mecanismo, se introducía en un mango que elevaba los pistones hasta quedar fuera del pasador. Las primeras datan de hace 6000 años y se cree que aparecieron en las culturas egipcia y china de forma independiente.

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Los romanos heredaron este primitivo mecanismo, y, perfeccionándolo ligeramente, disminuyeron el tamaño del pasador y consiguieron que fuese un muelle lo que hiciera presión sujetando los pistones en el interior de éste cuando la puerta estaba atrancada. Fue también en la Antigua Roma donde aparecieron los primeros candados. Este tipo de “cerraduras portátiles” eran muy utilizadas para proteger sus pertenencias más apreciadas en arcones y otros muebles. En la sociedad romana, las cerraduras eran un artículo de lujo, apreciado por su utilidad, pero también por su belleza, ya que se decoraban a menudo, sobre todo asemejando cabezas de animales peligrosos.

Hasta la Edad Media no existió el concepto de una cerradura inviolable. En este periodo, el aumento de la pobreza derivó en un incremento de los robos, por lo que el gremio de los cerrajeros persiguió firmemente este proyecto. No obstante, la aparición de las armas de fuego truncó su deseo de diseñar una cerradura perfecta, ya que ninguna resistía un disparo certero.

En el siglo XVIII, en Inglaterra, se empezaron a diseñar las cerraduras con un enfoque mucho más técnico, alcanzando así el país la supremacía en la materia. Sin embargo, en 1851, Alfred Hobbs, un cerrajero americano, evidenció la superioridad de sus diseños frente a los británicos.

Con el siglo XX, llega una versión muchísimo más compleja y fiable del mecanismo, culminando así la búsqueda de la cerradura perfecta. Los dos factores que condicionaron la producción de estos modelos fueron la seriación de llaves y la evolución electrónica, que tuvo como resultado la aparición de contraseñas como nuevo  sistema de seguridad. En el siguiente enlace encontrarás un breve vídeo que puede observarse de forma muy clara cómo funcionan das cerraduras mecánicas modernas:


 
Actualmente, nos rodean infinidad de versiones de cerrojos o sistemas antirrobo, y es que lo cerramos absolutamente todo. Contamos con cientos de tipos de cerraduras mecánicas y electrónicas, y con ellas cerramos puertas, taquillas, maletas, diarios, cajas; bloqueamos nuestros móviles, ordenadores, y un largo etc.

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Irónicamente, la cerradura parece abrirnos la puerta de los secretos de la evolución de las poblaciones humanas. Parece que la necesidad de cerrar y proteger nuestras posesiones va ligada a un modelo de sociedad más jerarquizado. La polarización crea desconfianza y los mecanismos más sofisticados aparecen cuando la inseguridad es mayor. Una hipótesis que corrobora  el hecho de que, pese a la crisis económica, existe un incremento en la venta de sistemas de alarmas, cajas fuertes, puertas blindadas y demás medidas de vigilancia destinadas a prevenir robos o disuadir a los ladrones.

Quizás dejáramos de proteger lo que tenemos hace tiempo, añadiendo esta vez a las lista de nuestras preocupaciones, la necesidad de escapar de una realidad demasiado injusta y complicada, en la que somos demasiado pequeños para creer en un cambio. Puede que, de alguna forma, intentemos cerrarle la puerta a la miseria y a la vergüenza que sentimos por consentirla, pero no tardaremos en darnos cuenta de que ninguna frontera es infranqueable cuando se trata de protegernos de nosotros mismos.

Escrito por Patricia Sánchez y Mónica Pastor.

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