“El diseño para la innovación social es todo aquello que el diseño experto hace para activar, mantener y orientar los procesos de cambio social que llevan a la sostenibilidad’’

Para poder entender esta definición es necesario, en primer lugar, determinar a que nos referimos cuando hablamos de ‘diseño experto’. Para ello primero debemos entender la capacidad de diseñar como una habilidad intrínseca de cada uno de nosotros. Una característica propia de la condición humana que se ejerce desarrolla, y de la que se aprende y adquiere conocimiento desde que somos pequeños de manera natural e intuitiva. Como la capacidad de correr que, aun siendo propia en todos nosotros, solo algunos llegan a dominarla hasta tal nivel como para completar una maratón o una carrera a fondo.

Se trata de una habilidad propia del ser humano, surgida debido a la necesidad de encontrar soluciones a los problemas que pueden surgir tanto a corto como a largo plazo que, mediante investigación, una posterior adquisición de conocimientos y una puesta en práctica de dichos conocimientos se puede llegar a desarrollar para que las soluciones a esos problemas sean cada vez más completas y eficientes. En resumen, podemos decir que la capacidad de diseñar surge allí donde se requiere del estudio y aplicación de una solución a un problema, sea cual sea la naturaleza de este. A esa capacidad natural e inexperta de diseñar propia en todos se le denomina diseño difuso. Por el contrario, el diseño experto es ejercido por personas formadas para actuar como tal de manera competente y se proponen a si mismos como profesionales en esta disciplina. Estos dos polos nos dejan un abanico muy variado de potenciales diseñadores con sus correspondientes dinámicas socioculturales.

Es en la riqueza que representa este abanico donde reside una diversidad social y cultural que integra a todos aquellos que son potencialmente poseedores de soluciones a los problemas del día a día y a problemas más profundos de la sociedad. No solo se trata del diseño y desarrollo de productos, sino también del diseño de sistemas de producción, de sistemas de servicios, de entornos cooperativos y del diseño de mecanismos que consigan incorporar nuevos potenciales diseñadores. Es decir, del diseño y desarrollo de vías que busquen implementar alternativas innovadoras y sociales a los actuales sistemas, que supongan una mejora en términos de relaciones socioeconómicas, ambientales y colaborativas y en los que los protagonistas sean los propios integrantes de ese sistema basado en la colaboración.

Muchas de estas vías tienen algo en común, y es que todas ellas se engloban dentro del escenario SLOC (Small, Local, Open, Connected). Este escenario, que se denomina mediante los cuatro pilares en los que se basa su estructura, su correcto desarrollo y su implantación en un modelo futuro, proporciona una visión orientativa de cuáles deben ser las características que rijan los sistemas colaborativos a implementar. De esta manera, el objetivo es desarrollar sistemas colaborativos locales y pequeños, accesibles a todos y adaptables a diversos entornos, próximos y conectados entre ellos, abiertos a otros sistemas con las mismas características con el fin de tejer una red de sistemas flexible y resiliente que pueda ser capaz de adaptarse a posibles cambios y en las cuales todos los integrantes se involucren en un proyecto común en el que el resultado final solo será el adecuado si se desarrolla mediante la suma individual a un objetivo conjunto.

Otro de los pilares fundamentales sobre los que se apoya el escenario SLOC son los sistemas distribuidos: “Sistemas socio-técnicos a partir de una diversidad de elementos interconectados y por tanto capaces de adaptarse y durar en el tiempo”, basado en la ya mencionada creación de pequeñas comunidades ‘autosuficientes’ e interconectadas con otras comunidades.

Entre algunos ejemplos de estos sistemas encontramos desde un laboratorio de barrio para el sistema de servicios en Milán, en el que son los propios vecinos junto con diseñadores, los que realizan propuestas y ayudan a desarrollar soluciones; hasta el sistema de coche compartido que hoy en día esta presente en todas las grandes ciudades del mundo y que ha evolucionado desde su nacimiento hasta convertirse en una opción que representa una alternativa sostenible a la idea de transporte tradicional.
Uno de los proyectos desarrollado que es un claro ejemplo del diseño para la innovación social es Slow Food, un movimiento surgido en Italia en 1989 de la mano de Carlo Petrini y presente hoy en día en más de 150 países. Este movimiento ha conseguido desde su creación acercar los productos a los consumidores y actuar sobre la oferta y la revalorización de los productos alimenticios que, de otro modo, no habrían prosperado puesto que no eran viables en el sistema agroalimentario dominante. Informándose sobre cómo se produce la comida que más tarde llegará a sus manos y apoyando a aquellos que lo hacen, dejan de convertirse en meros consumidores para pasar a ser socios y co-productores.

‘El modo característico del diseño implica que el resultado sea la combinación de tres capacidades humanas: sentido critico (capacidad de ver el estado de las cosas y reconocer lo que no puede o no debe ser aceptable), creatividad (capacidad de imaginar algo que todavía no existe) y sentido práctico (capacidad de reconocer procedimientos viables para conseguir que algo suceda). La integración de las tres permite imaginar algo que aun no existe pero que seria posible si se llevaran a cabo las acciones pertinentes’ Ezio Manzini,

Ezio Manzini profundiza más en el diseño para la innovación social en su libro ‘Cuando todos diseñan: Una introducción al diseño para la innovación social’, en el que además detalla y explica todos los factores determinantes sobre los que actuar para que ese sistema interconectado y sostenible sea una realidad en un futuro cercano.