Forma y función: Relación simbiótica
Es la ley que prevalece a todas las cosas orgánicas e inorgánicas, de todas las cosas físicas y metafísicas, de todas las cosas humanas y todas las cosas sobrehumanas, de todas las verdaderas manifestaciones de la cabeza, del corazón, del alma, que la vida es reconocible en su expresión, que forma siempre sigue a la función, y esta es la ley
Louis Henry Sullivan, The Tall Office Building Artistically Considered, 1896
Sin duda, este es uno de los principios más promulgados y repetidos en el mundo de la arquitectura y el diseño industrial. Este dogma funcionalista asociado al diseño moderno del siglo XX ha sido recogido e interpretado por múltiples movimientos y escuelas para hacer de él un sinónimo del buen diseño.
Esta máxima nace de la concepción de estos dos aspectos como entidades secuenciales, lineales, consecutivas una detrás de otra y con una naturaleza de independencia y aislamiento entre ambas. Es decir, como dos entes inconexos.
Sin embargo , esta idea deja de lado muchas otras alternativas que no conciben estos dos aspectos que caracterizan el producto final como independientes e inmutables, si no que se asocian a una especie de relación de simbiosis en la que dos organismos se benefician el uno al otro y donde, en el caso de la forma y la función, el objetivo no es tanto sobrevivir sino alcanzar el objetivo deseado y dar solución a aquello para lo que había sido diseñado, dentro del amplio rango que ello significa
Muchos son los autores que han buscado una reconsideración de esta estrecha relación entre forma y función. En palabras del pintor, escultor, arquitecto y diseñador gráfico Max Bill:
‘Es evidente que no hemos de considerar la belleza como un desarrollo de la función. En cambio, hemos de exigir que la belleza, procediendo a la par con la función, sea ella misma función. La forma, es el resultado de una colaboración entre la forma y función que tiende a la belleza y a la perfección’. Pero añade: ‘No se ha de cometer el error, según esta definición, de creer que la forma pueda ser determinada por medio de los simples datos de un problema’
Max Bill, Ediciones Nueva Visión, S.A.I.C., Buenos Aires 1955
Max Bill estudió artes en la Bauhaus, donde se aproximó al funcionalismo del diseño y tuvo su primer contacto con estas ideas que establecían una relación independiente entre forma y función. Más tarde pasó a formar parte del equipo de docentes fundadores de la Hochschule fur Gestaltung (HFG) junto con ilustres y reconocidos personajes como Olt Aicher o Tomás Maldonado.
La escuela HFG comparte los fundamentos iniciales con los que comienza sus andadas la Bauhaus, sin embargo, desarrolla vías alternativas. En palabras de Tomás Maldonado:
‘En algunos casos, puede que no exista una diferencia precisa entre continuar una tradición y superarla, entre identificarse con un pasado y renegar de él (…) En cierto sentido, la HFG continuaba la tradición de la Bauhaus, cree en la función social de la actividad proyectual, la continua; pero la supera a la vez, en la medida en que, fiel a esta misma actitud, quiere enfrentarse con situaciones radicalmente diferentes de las de entonces’
En referencia a la Bauhaus, Maldonado escribía:
‘No se puede ignorar que la proliferación actual de formas exteriormente modernas, pero esencialmente retrógradas, tiende a convertirse en una de las mayores amenazas para la cultura de nuestro tiempo. Formas nefastas, nosotros nos animaríamos a decir. Formas que obstruyen las vías posibles para una relación social auténtica (…) El propósito inicial de crear un mundo de formas que favoreciera el advenimiento de un mayor bienestar y de una mayor comunicación, ha sido desviado de curso por las exigencias de la competencia comercial, por un lado, y del formalismo por otro’
y ejemplificaba así su concepción sobre la labor de un diseñador:
‘Es una opinión corriente que el diseñador industrial, el proyectista que trabaja para la producción en serie, solo tiene una función a cumplir: servir al programa de ventas de la gran industria y estimular el mecanismo de la competencia comercial. En contra de esta opinión, la HFG hace suya la tesis según la cual el proyectista, aun trabajando para la industria, ha de continuar asumiendo sus responsabilidades frente a la sociedad. En ninguna circunstancia sus obligaciones para con la industria podrán anteponerse a sus obligaciones con la sociedad
Se ha de propiciar la formación de un nuevo tipo de proyectista que, en las actuales y difíciles condiciones de la sociedad capitalista, sepa crear objetos concebidos al margen de cualquier oportunismo o profesionalismo. Objetos que unas veces tendrán la función de satisfacer las exigencias concretas de la vida cotidiana del hombre, pero otras veces estarán destinadas a enriquecer su experiencia cultural’
Estas declaraciones nos llevan a reflexionar sobre la situación actual del diseño y de los diseñadores industriales, a plantearnos cuales son las características que rigen hoy el ‘buen diseño’ y en que se fundamentan. Si su objetivo hoy en día es el desarrollo de propuestas pensadas por y para la gente, o si en cambio sigue sumergido en el sistema económico que dictamina cuales deben ser los objetivos del propio diseño y como deben ser desarrollados estos objetivos.
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